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Un nombre es para siempre

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¿Simple o compuesto? ¿Largo o corto? ¿Convencional o innovador? ¿Local o internacional? ¿Sonoro o discreto? ¿Mari Jennifer o Zoe? ¿Etcétera o puntos suspensivos? (texto extraído del Libro Padres no ñoños o Cómo tener un bebé y no volverse unos cursis).

05 Nov 2014 --- Ultrasound picture of baby with list of names --- Image by © Tetra Images/Corbis

05 Nov 2014 — Ultrasound picture of baby with list of names — Image by © Tetra Images/Corbis

La decisión es complicada por muchos motivos: primero, porque tienes que elegir uno (cinco si tienes sangre azul, como los Pitufos); segundo, porque es para siempre, como los tatuajes y las hipotecas; y tercero, porque tienes que ponerte de acuerdo con tu pareja, y quién sabe si con sus padres, tíos y toda una saga de Josés o Marías que se niegan a romper una tradición de generaciones… (Aquí no hay duda: son puntos suspensivos).

Para facilitarte la tarea, voy a enumerar al menos algunas tentaciones en las que deberías evitar caer:

  1. Llamarle igual que el padre, especialmente si es chica, o viceversa:

—Hola, bonita. ¿Cómo te llamas?
—Juan Carlos, como mi padre.

Como que no, ¿verdad?

  1. Elegir el santo del día, máxime para los nacidos bajo la onomástica de San Cipriano o Santa Brígida. Pero vamos, en general el santoral tiene bastante mala fe para los nombres; sin ir más lejos, atendiendo al mismo día en que escribo estas líneas, el niño tendría que llamarse Milcíades y la niña Eulalia. Seguramente acabarían buscando algún apelativo corto y facilón, del estilo Milci o Lali. Como uno que yo me sé al que llamaron Ataúlfo (¡¡éste ni siquiera está en el santoral!!) y que lo terminó dejando en Ata. Ata Arróspide, ¿te suena? (autor de este texto y un tipo majísimo, por otra parte.)
  2. No vetes un nombre que te gusta sólo porque te recuerda a alguien que te cae mal. Este punto es especialmente puñetero. Por si la decisión no fuera lo suficientemente difícil, encima está condicionada por anecdóticos encuentros a lo largo de tu vida con personajes que te bloquean un nombre. Por ejemplo, aquel celador que se llamaba don Nicolás y por cuya culpa eres incapaz de llamar a tu hijo Nico, aunque sea tu nombre favorito. Piénsalo bien, el cabrón de don Nicolás no se merece tanto poder.

Este fenómeno de los nombres asociados a personas es comprensible cuando se da a escala planetaria, con nombres como Adolf (que recuerda a aquel tipo tan parecido a Charlot, pero con tan poca gracia) o Elvis (que queda relegado para parejas con tupé que se han casado en Las Vegas). Por lo que si alguno de estos dos es tu nombre favorito, es recomendable que lo dejes para el hámster.

  1. No te lo tomes a cachondeo. Poner un nombre no es como poner una pegatina en el coche. Ya sabes lo importantes que son las primeras impresiones y el nombre determinará la primera impresión que ofrecerán tus hijos ante los demás de por vida, vayan donde vayan. En definitiva, un nombre es una cosa muy seria. ¿Qué quiero decir con esto? Que no utilices el nombre de tus hijos para hacer chistes u homenajes. Por mucho que te gusten los dibujos de la Warner, no le llames Bugs Bunny (puedes llamarle Lucas, eso sí), o por divertido que te parezca no le llames Finstro, ni pretendas que vaya presumiendo de padres originales llamándole Arroba, sea cual sea su sexo.

Este elemental consejo parece que no lo han tenido en cuenta algunos personajes famosos en los que tú y yo estamos pensando. ¿A que sí?

Después de seguir estos consejos, hay dos líneas de trabajo y una herramienta válida para ambas: las listas de nombres más comunes del Instituto Nacional de Estadística. Esta lista resulta útil si estás falto de ideas y quieres recurrir a lo clásico. O si, por el contrario, no quieres llamar a tu hijo en el parque y que se den la vuelta quince a la vez.

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